Operación en Entebbe (...no es la película)

Este artículo se ha tomado del Blog Historias de España, de Juan de Juan.

Junio de 1976. El momento terrorista de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y sus organizaciones más o menos relacionadas está en su punto agraz. De hecho, la década de los setenta es la leche en materia terrorista. Están los palestinos. El IRA.

La ETA en España que, precisamente, convierte 1976 en un año especialmente sangriento que culminará, ya en 1977, con el repugnante asesinato por fascistas de los abogados de Atocha. Es también tiempo de Brigadas Rojas y, en Alemania, de una organización radical, denominada Baader-Meinhof por los nombres de sus dos dirigentes, Andreas Baader y Ulrike Meinhof, que acabarán por morir en prisión en extrañas circunstancias.

El 27 de junio de 1976, hace pues ahora la edad de Jesucristo (este artículo se escribió en 2009), un avión de la Air France realiza una conexión entre Tel Aviv y París. El avión, un Airbus 300, está formado básicamente por pasajeros franceses y hebreos. El avión hace la escala prevista en Atenas y, una vez hecha, tras despegar, es secuestrado por cuatro terroristas. Dos son miembros del Frente de Liberación de Palestina y los otros dos alemanes, miembros del Ejército Rojo germano, o sea la Baader-Meinhof. Curiosa joint ventureésta. A los palestinos nunca les han faltado amistades on the wild side. También en España. Algo que deberían tener en cuenta quienes piensan que los pedos de Yassir Arafat no olían.

Los secuestradores desvían el avión al aeropuerto de Bengasi, Libia. Otro sitio amigo. Sin embargo, Libia tiene el problema de estar, a su modo de ver, todavía demasiado cerca de Israel. La estrategia de los secuestradores es sencilla: una vez que estén aposentados, exigirán la libertad de varias decenas de palestinos presos en diversas cárceles de cuatro países, la mayoría en Israel, y anunciarán que van a comenzar a matar a los rehenes si no se les hace caso. Dado que piensan dar un plazo muy corto, apenas 48 horas, y dado que probablemente piensan desde el primer momento que Israel no se va a quedar quieta, para ellos es fundamental estar lo más lejos de Jerusalén que puedan y les permita la autonomía del aparato. Hay un candidato claro, un sátrapa reinante en el culo del mundo.

Idi Amín Dadá. En ugandés no sé lo que significa. En gallego significa Gran Cabrón. Antiguo oficial del ejército de Su Graciosa Majestad, Idi Amín ha viajado desde unas posiciones más o menos proocidentales hasta una dictadura sangrienta revestida de conciencia no alineada. Esto de la no alineación, es decir países del Tercer Mundo que animaban una presunta tercera vía entre la URSS y los EEUU, lo cual venía a equivaler a tratarlos por igual, dio para mucho en aquella época. Uno podía cuando menos aspirar a ser un hijo de puta en su país pero, con el cuento de que era un jefe de Estado del Tercer Mundo con conciencia, ser aplaudido en algún que otro departamento de politología en alguna universidad de campanillas. Sic transit gloria mundi.

Amín es el amigo de los palestinos. Para entonces, su conciencia le ha hecho evolucionar hacia un furibundo antisemitismo; y, cuando Amín era antitú, ya te podías ir agarrando bien las pelotas, porque no se paraba en barras. En un acto de acojonante ilegalidad internacional y amoralidad supina, Amín no es que permita que el avión aterrice en el aeropuerto de Entebbe (eso, autorizar que unos secuestradores aterricen en un aeropuerto propio, lo han hecho muchos Estados democráticos), es que los recibe con los brazos abiertos. Eso sí, como Idi Amín podía ser tonto pero no gilipollas, poco tiempo después de llegar el avión a Uganda le arranca a los secuestradores la libertad de 46 rehenes, fundamentalmente mujeres, niños, enfermos y no hebreos. La cosa va de lo que va, y eso los terroristas y su amiguito lo saben bien.

En este momento de las primeras liberaciones, hay que anotar para la Historia los heroísmos, de méritos potísimos. El heroísmo del comandante Michel Bacos y su tripulación, que se negó a abandonar a los rehenes por considerar que eran su pasaje y por lo tanto ellos eran responsables de su bienestar. Y el heroísmo de una anónima monja francesa (nunca he sabido su nombre) que, por ser mujer, es colocada en la lista de evacuados, y se niega a marcharse, solicitando ser canjeada por otro pasajero. La obligaron a bajar, en todo caso. 

Horas después, más terroristas del Frente de Liberación de Palestina se unen al botellón. Esto sí que no pasa mucho. Es posible que un avión secuestrado sea autorizado por un Estado a aterrizar en un aeropuerto; pero lo que no suele pasar es que, encima, ese Estado permita a unos secuestradores de refresco que se unan a la partida. El secuestro de Entebbe, pues, tiene una característica muy propia, y es que, al revés de lo que ocurre en otros muchos, aquí, además de los secuestradores, hay un Estado, un Estado soberano, que les da cobijo, apoyo, y aliento. Tanto es así, que la terminal del aeropuerto, donde son desplazados los rehenes, está custodiado, a pachas, por los terroristas y soldados ugandeses.

El ultimátum de los terroristas es el 1 de julio. O sea, tres días, el 28, 29 y 30. Después: bang, bang. Los países que tienen terroristas de los reclamados en sus cárceles comienzan a moverlos con la intención de trasladarlos. Pero no así Israel. Israel sostiene la filosofía de no negociar nunca con terroristas, y contesta que esa ocasión no es una excepción. Sobre Jerusalén llega una doble presión: por un lado, las familias de los rehenes las cuales, como es lógico, aceptarán cualquier cosa con tal de recuperar a sus seres queridos. Por otra parte, la diplomacia, sobre todo francesa, que presiona al gobierno hebreo para que ceda.

Israel, finalmente, cede. Casi a última hora, pero cede. Su cesión tiene como consecuencia que, a causa de su tardanza, los terroristas han de flexibilizar algo sus posiciones: liberan a 101 pasajeros más y aplazan el ultimátum hasta el día 4.

Eso es exactamente lo que está buscando Israel. La cesión de los judíos se hizo básicamente, según es consenso casi total en los historiadores que he leído, para ganar tiempo. En esas 48 horas que gana amagando con bajarse los pantalones, Israel montará la operación contraterrorista más compleja y difícil jamás planteada, y acabará ejecutándola con precisión de relojero.

Como siempre en estos casos, se manejan opciones. Se plantea una especie de invasión paracaidista del aeropuerto y sus alrededores. O un ataque desde Kenia con lanchas rápidas y vuelta a dicho país. Pero la opción finalmente elegida es la realización de un raid muy rápido que permita coger a los rehenes y llevarlos de vuelta a Israel. A 3.800 kilómetros.

Los rehenes que quedan para entonces en Uganda son todos judíos. El terrorista alemán Wilfried Boese los ha elegido por sus apellidos de especial sonoridad judía; no deja de tener coña la imagen de un alemán de ultraizquierda seleccionando judíos para colocarlos en peligro de muerte. Este tipo de escenas demuestra hasta qué punto los extremos se tocan. O quizá es que son iguales.

Evidentemente, los testimonios de los rehenes liberados aportan información sobre cuántos secuestradores hay, cuántos soldados, etc. Hay uno especialmente importante procedente de un error de los terroristas. Obsesionados con quedarse con los judíos, como he dicho, tienden a quedarse con los de apellidos más marcadamente hebreos. Llevados por ese error, liberan a un pasajero francés que, además de francés, es judío y que, además, tiene formación militar. Al parecer, este pasajero aportó al Mossad datos valiosísimos sobre todo lo que vio (puesto que lo vio con ojos que no solemos tener los demás).

Además, a los judíos les toca la lotería cuando se enteran de que la terminal de Entebbe fue construida, años atrás, por una empresa israelí, con lo que tienen acceso de primera mano a los planos y las technicalities del lugar. Cagando melodías, los judíos construyen una maqueta a escala del lugar (como Clooney y Pitt en Ocean's Eleven) y practican su piñata todo lo que pueden. El 2 de julio, realizan un ensayo con fuego real. Les lleva 55 minutos.

Israel pone en juego siete aviones: cinco C-130, los famosos Hércules, y dos Boeing 707, uno que sirve de cuartel general y otro cuya función es quedar aparcado en Kenia con instalaciones sanitarias para atender a eventuales heridos que lo sean tan graves como para no poder llegar hasta Israel sin ser atendidos. Los cinco Hércules despegan a primera hora de la tarde del día 3 de julio de una base de Israel, cargados con armas, munición, vehículos militares e incluso un Mercedes negro como el que usa Idi Amín, con el que pretenden clonar la comitiva presidencial del sátrapa ugandés y así poder acercarse a la terminal sin levantar sospechas. Por lo que he podido leer, el Mercedes que llevaron no era negro, porque no encontraron un coche de ese modelo y color. Era el Mercedes de un particular pintado a espray.

Uno de los mitos de la operación de Entebbe dice que estos aviones recorrieron los 3.800 kilómetros volando a pocos cientos de metros del suelo para no ser localizados por los radares. Por lo que he podido saber, esto no es cierto. Lo que hicieron fue no volar en formación, sino en fila y respetando las distancias de la aviación civil, para así pasar por simples aviones comerciales.

El primero de los Hércules que llegase a Entebbe tenía que hacerlo a las 23 horas. Pero llega con retraso... de un minuto. Evidentemente, no pidieron pista ni solicitaron iluminación a la torre de control. Tres días antes, como si tal cosa, varios grupos de judíos habían llegado a Nairobi y se habían establecido allí. Eran presuntos comerciantes que en realidad formaban parte de comandos del ejército israelí y que, en la noche del día 3, están en el aeropuerto encendiendo luces para facilitar el aterrizaje. Aún así, y por si se cortaba la luz, conforme el avión tocó tierra bajó el portillo de desembarco (el que lleva en el culo) y, cuando el aparato aún no había parado, varios comandos se tiraron desde él para, una vez en el suelo, encender bengalas para así dar la clave al resto de los aviones de donde estaba la pista.

El siguiente paso es montar la comitiva de Idi Amín y engañar a los vigilantes. Pero eso sale mal: para desgracia de los israelíes, poco tiempo antes de la acción, el puto Amín se había comprado un Mercedes blanco. Los soldados ugandeses se coscan de la movida y empiezan a disparar. Aún y a pesar de este contratiempo, entre el momento del primer disparo y el momento en que los soldados entran en la terminal y comienzan a apiolarse a los que allí tienen presos a los rehenes es de apenas un cuarto de minuto.

En ese momento, aterriza en el aeropuerto un segundo Hércules, con paracaidistas. El tercero, que llega casi de seguido, lleva en su panza carros de combate que cumplen con su misión, que no es otra que pasarse por la piedra a los cazas que el ejército ugandés tiene allí en el aeropuerto. Evidentemente, esta medida está buscando que los ugandeses no puedan perseguir a los aviones cuando se larguen (que hubiera sido de coña. O sea, no sólo albergo a los terroristas en mi país sino que, acto seguido de que sean atacados, yo voy a persigo a quienes los han atacado). Luego aterriza el cuarto Hércules, un avión-hospital. El quinto avión, de reserva, nunca aterrizó en Entebbe. No hizo falta.

Los israelitas se pasaron de tiempo en la operación. Habían calculado 55 minutos. Les tomó 57. Los judíos perdieron tres rehenes en la operación, y rescataron 100. Los muertos fueron Jean Jacques Maimoni, quien no reaccionó a los gritos de los comandos de que se tirasen al suelo, fue confundido con un terrorista y abatido; así como Pasko Cohen e Ida Borochovitch, que fallecieron en la refriega. Una mujer de 75 años, Dora Bloch, tuvo la mala suerte de haber sido evacuada al hospital de Kampala antes de la operación, así pues quedó en poder de los ugandeses. La mataron.

Su única baja militar fue el comandante de la operación, el teniente coronel Yonatan Netanyahu, herido en la espalda, y cuyo hermano escribió un libro sobre toda esta experiencia.

Las bajas en el otro lado fueron 13 terroristas (todos) y 33 soldados ugandeses muertos.

Uganda protestó en las Naciones Unidas por lo que consideraba una violación de su soberanía. El embajador israelí en la ONU se presentó en la sesión y declaró que su país estaba orgulloso de lo que había hecho, y que lo repetiría si se veía obligado a ello.

Artículo escrito por Juan de Juan bajo una licencia de Creative Commons.
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